Mi planeta es verano, emociones de
los santos, el dolor de las cadenas solo brilla a la oscuridad de la noche
Mi paseo en barco de papel se dirige al lugar sereno entre los pasos de mi voz, sus delirios son
razón, en la mano del espejo que se nos muestra allí arriba, en la altitud de
las fragancias, friso donde reina un pensamiento, señal táctil del color...y yo, asustadizo, solo recuerdo el negro color, puntas de lanza tenebrosa sobre mi brecha sangrante de
luz. Tenue se esconde envolviendo la fugaz pasión. Mi planeta es verano, tan
cerca del sol. Se pisan las espigas del silencio, salvaje destino de la orilla maldita. Pesadumbre encharcando los hombros,
recién caídos, ardiente desnudez. El fuego no es infierno, es mi alma
que grita, las sinuosas lenguas brillando al albor de la mañana inexistente,
huérfana me busca, sin saber que soy espejismo
La muerte me transformará en su música,
doce vuelos más allá de la luz de las estrellas, en el delirio de notas
escurriéndose a través del gélido marco que nada esconde. El río sereno ya no se
muestra como dueño. No es dueño de nada, ha perdido sus cascadas rebeldes,
abandonadas por la floja esperanza. Me miran seres desafiando la calma, sus
finas gotas de alma creen en mí. Existe en sus brumas la ilusión tañendo mis
sonidos invisibles. Hay esa luz en sus
posturas que me hace ciego, se plasma en el trasiego de sus caretas. Ebrio
entre bruces, me esconderé en el sonido
de un púlsar amante, y la lágrima hará
un surco penetrante de belleza. Y ahora dormiré meciéndome con las
ondas infinitas de la absurda música…
El tiempo se me hace niebla
Se oculta su sol entre tanta rabia,
entumecidos mis ojos espumosos por heridas de mi bastardo desierto
Soy un espectro gravitando entre sus columnas
Tan solo una palabra es capaz de aturdirme,
destruir a mi falso gigante besado cruelmente sobre su planicie.
Sé que derramas tu frío sobre mi piel dormida hasta la agonía
Me desplazo entre sus punzadas, como soga colgando de la noche, aliviando los vaivenes que voltean a mi cuerpo atado en su nudo, adormecido en el afán Sus movimientos apócrifos me asoman a los profundos canales de la locura,
no hay boca limpia
Y se aleja, murmullando, cabizbaja, toda la sinceridad de lo que decíamos
y duerme la verdad oscurecida entre omisiones
Cabalga el torpe recuerdo de lo que fue mi semilla en mi grupa asfixiada
Letanía reptando bajo tus sombras
Es la muerte entre angustias que ofrecen las promesas sentadas
Y yo soy su hueco dudando por encerrarte en mi invernal aspereza
Nada respira dentro de los círculos herméticos de la noche
Disparadme cerca del corazón para sobrevivir, en este momento de gloria y final
El vuelo de la gaviota se enredó entre los surcos de mi destino
Disparadme pronto, a mi consciencia. Y ser certeros
Hace frío en este inquieto día,
alejado de las cosas que importan.
Tengo frío en todo mi pensamiento. No
siento el calor de mi sangre. Las sábanas tupidas de algodón me despistan, tan
solo cubren mi cuerpo, aún permanece desnudo el miedo, abrazándome en mi caída
perenne.
Tengo sed, los sapos se retuercen
en mi garganta, abro mi ventana a los sorbos del Este. Diviso su campo de
cruces, en la mirada de los cadáveres, hablándome con su decaído iris.
Soy hijo del aterrador siglo, con
la muerte pisando cada momento, sus estrofas visitando todas las estancias.
Busco el freno que anule mis fatales visiones
En mi esfera rosa
Gravitan mis insultos, libres, sois sin dueño
No pares círculo, tiernas hormigas, vienen y van, vienen y van
Pisando telas de Danubio
Cigarros a la gloria, esfumante humo
Marcas de ruido en mis ojos
Aquel sol, mi arrebatado astro, tan
solo brilló entre las tarimas de mi conciencia. Su brillo llegaba débil,
muerto, hasta mis extraviados pasos. Tan extraños y opacos os siento.
Te mostrabas tenue y cabizbajo ante
los ojos de la noche. Tu belleza no está
en mi reino, no existe para el tacto de mi locura ¡Cómo escuecen tus caricias!
en mi indefensa soledad, en mi insocorrida desvergüenza.
¡Oh luz, que sufres con mis pasos!
Huiste en las tablas de mi naufragio, apenas te veo, crece un nudo en mi
horizonte, te alejas en la calma.
No escucho tus notas sonar y es que
solo ardes traspasando paredes del convento.
Eres fuego lejos de mi funeral
¿No ves que aun soy terciopelo?
¿No escuchas mis canciones de
borrego?
Siento tu fino sexo en el
acercamiento de un punto oscuro. Tu ausencia me hace temblar, son mis latidos
el único sonido en mi universo
Me haces sentir un hambre de pecado
por tus hilos extramundos, de furibundos destellos.
Te busco en un cielo paralelo, entre semejanzas que me acuden disparadas,
latigazos empapados de semen.
Conoces el sabor de mi respiración, la sientes volando en los oscuros pasillos de mi
suerte...arrebátamela de mis duros caminos sembrados de arrepentimiento.
Ya me arrebataste todo; mi poco
sentido duerme. Sabe que no despertará.
Hoy es lunes de muerte y pánico, esperando que las hojas secas resuciten
en su amarillento esplendor.
Marta aun me espera, entre las encendidas rocas de Marte.
Transfórmame en frío mudo,
desprovisto del miedo que sopla en mis huesos. Sella con tu mano de arena el viaje
astral de mis promesas extraviadas. El auxilio se escapa. Se hunde en una
voz asfixiada por el polvo de tu granito ya difuminado. Transfórmame en misionero
de mi espera, experto en crear los tenues meses en el desierto.
Soy poesía estrangulada de ojos
rojos.
Y hoy estoy cruzando el tierno muro de la distancia; entresijando sus rocas
habitan piernas muertas y dientes afilados de roedor
Entre manchas he descubierto el beso robado a la vida. Soy ese carmín travieso bajo
su mirada
... me amansan los corderos de la noche
hasta que despierto.
Mis enanas y beligerantes pestañas te imitan, la
virulencia de esta llama de vela vigilante.
Ya me quemo entre la furia de sus
inquietantes esquinas, son esquirlas transformándose en insensatez.
Me arrojo en un pensamiento que no envejece. Vagamos eternos en nuestras
fantasías.
Todo es fin escondiéndose en el hueco de las
promesas, sacudiendo la memoria incrustada en mi extensa película.
Perséfones y abedules mienten envistiendo engaños
en mi hierática cara.
Acerco mis pesadas huellas a un ente. Buscaba el indulto de un adulador. Esa fragancia que diluye en la razón mi
simple conquista. Y única.
Desciendo encadenado, nuevamente, desde mi tierra dorada.
Me avisa un rotundo crujir, sombras
surgen del cajón
burbujas eclosionan a mi paso
incardinado
No asoman rostros en las míseras
tumbas de arena
donde me hallo, agujeros entre mis
pies
Criptas diluyéndose en mi deseo
envuelto en música
Y los días se hacen agua
me hacen sitio sus orillas,
hasta el hueco de sus sarcásticas
huyendo mis gritos
Retirada entre desafinados duendes
de corneta y violín
don dumas
He traspasado mi nítida ventana,
entre cubículos de materia grasa. Me agarra la mano de seda serena.
Me arrastra
en vida. Me disuelvo sobre agua, fuego, tierra y aire. Los cuatro elementos
enredados en el surrealismo de una falsa noche. Todo me resulta diferente
¿olvido algo ajeno a mi desastre? Se me escurrieron todos lo pretextos, coparon
excelsos las bolsas de plástico. Profundas y oscuras, abandonadas debajo del
todo. Palpadlas sin el mayor interés ¡mis abstractas letras de criminal! vacías
de abrazos.
Mis deseos ya no son físicos. Atrás
dejo mi pegajoso paisaje de acantilados y rocas, pisoteadas con el temblor de
mis días. Vértigo incrustado en sus espejos, me balanceaban en sus abismos. Su
cristal formaba mi piel.
Me siento niña, oscurecida en la profunda
pradera y nítida en la llama de un astro, de frágiles hombros, vestida por mi
dios minúsculo. Nado entre imágenes simulando un sueño de vidrio, soy yo mismo
alejándome de mis imperfecciones, cornucopia aviesa, cubierta del pálido moho del
bosque. Me rapta el infinito, entre sus interminables curvas.
El color golpea a los días que se
alejan en un torpe carro mundano. Amarrados mis gritos a sus vastas ruedas,
huyen, regalándome el sonido dichoso de la orilla.
Lugar que clama a mi único deseo.
Verbos que tan solo soñaban conmigo
Era de una forma distraída, de una
belleza inusitada
El fuego de la vida, ardía en sus pómulos, difuminados en el cristal que licua mi himno, donde nos
mirábamos sin percibir el atardecer. Eran centímetros los que nos separaban del error. Y una eternidad alejados del terror
Me sostengo con mi palabra y ahora no caigo, perfumado por tus balas de
muerte. No existe ningún día horrible persiguiéndonos. Porque no hay luz. Mi mar de la serenidad
Busco a la verdad demoníaca como un loco en silencio. Al apocalipsis se le llama
sinceridad. El sentido árido me descubre a mí mismo, mi sentido atemporal que
tú me enseñaste. Me engalana con el
azul de la inocencia, despojándome de mi desastre. Soy todo hidrógeno,
viajando hasta el infinito en feroces volutas de aire.
Quien hace a dios plástico muere
sin haber conocido al diablo
Pisa lunas que se convierten en
lagunas de arenas movedizas
Extraño el don que brilla
Ausente luz de gracia
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Despertaba todos mis días con un dios de plástico debajo
de mi almohada. Rezumaba fe a través de mi piel invisible, obstruyendo mis
poros rebeldes. Aún respiraba, en los espacios de otro mundo.
El falso rocío me despegaba de mis sueños
sobre mi castigado suelo. Él en todas partes, iluminando con sus antorchas
fantasmas, su misterioso agujero atrapando restos de mi humanidad.
Y mi tropiezo fue tan solo con un
fino hilo salvaje. Vi erizarse el bello de los monos, clavando sus ojos hacia
las pardas lunas. El árbol se mostró ante ellos como la primera cruz. El
inmediato ocre ardió en ellos como el vestido avieso haciéndose firmamento. Es
extraño el don que lo hace brillar. El mismo que transforma la inmensidad en un
micro ser.
El diablo se transformaba en tiempo,
regurgitaba mi grotesco animal, en surcos que recorren mi piel, quemándola
hasta sus cenizas. Cenizas que vuelan hacia el infinito inexistente dibujando
un ocho entre su existencia. Un recorrido que se agota en el pensamiento.
Las noches se iluminan asustándome,
arrojándome sus pequeñas dudas. Caen en mis sienes sus gotas malditas. Me
abrasa su tacto. Me queman sus dudas, desdibujadas entre el abrupto bosque.
Entre mil caras, solo asoma la cara infiel, penetrante en la espesura del
ramaje roto. Me sobrevuela con la indiferencia de su altura estratosférica. Y yo respiro entre
filas de rocas hechas de miedo, que me ahogan despacio, en la lentitud de la
pesadilla que no te despierta. Frío que revienta mi río ¿lo escuchas?
Tiempo que deshoja el día con sus
grises ojos, sin parpadear en el paso de sus robustos segundos. Y me devora con
el odio de quien no me conoce, destruyendo todos los sueños de mi ángel. Mi
anónimo guardián respirando por mi sangre. En sus alados deseos jugaba mi aura hasta
hacerme esqueleto.
Bebo de cada uno de los segundos
que me tocan y acarician mi extrañeza. Arrecia su tormenta en mis pies desnudos
¡dejadme correr a través del firmamento de mis sueños! ¡Devolvedme a mi cuna! No necesito dientes,
ni el sol que calienta mi espera.
Graznidos del polvo embalsamado me tapan,
venciendo el loco dolor, cargando de islas mi consciencia
Subyace en sus velas encendidas toda mi vida
Se muestra el diáfano difunto ante mí
desvalijando mi ánimo
su presencia delante de mis ojos apenas me ciega
brilla su seco roce en mi soledad,
sobra el día de mi muerte
Mi desteñida infancia se diluye
desarropada, respirando en alistesis todo su vapor
entre gotas ácidas y en veneno que ahoga
Racimos de dorada crueldad inundarán mis fosas,
transformado el vinagre
en rostros coagulados del crepúsculo,
extintas mis malditas rosas
Rodaré descamisado en el atisviento mundo
desconsolado
entre turgentes colinas de mi juicio
trampa de segundos mortecinos
arrastrando los estigmas en mi vientre
restregándose en mí su pegajosa metadona
perpetua, penando mi sucia carne
mirándome con el hueco de sus ojos,
La acústica profundidad me llama
reino del silencio de Hades
entre pirámides obscenas
sus versos son cargas que me destruyen
Serenidad volando entre bellas notas
de amada melodía
Anoche me visitaste con la luz de la muerte
encendida
Heridas mis notas musicales con arcanos delirios
me callan
Adrian Borland decidió el momento de su muerte, cuando es ella la que acostrumbra a decidir por nosotros.
He rescatado esta joya sobrenatural. En este vídeo se muestra la naturaleza real del universo que contenía Borland. Escuchar la fuerza de su voz, de su talento, en esta canción, hace que nos sintamos malditos. Y privilegiados.
Esa voz que nos anuncia nuestra propia muerte
Boceto de poesía en continuo movimiento....:
En mi espectral palidez
en mi diosa de agua
asoma
silenciosa, alma sin ruido
tras los nudos del
muro
abraza al vacío su recorrido
extraño
arrastrando danzas de caracol
hasta encontrarme
en romance
con mi cobarde memoria
a tientas
entre tactos de embrujado tormento
hacia sonidos despiadados
se pierde de rodillas
en cruz de abandonada muerte
sus extensiones
penetran
en desnudada luz
sobre una espesa mancha de esquirlas
adormecida
sin deseos de hambre y sed
fuego sofocado en
amalgama
reverso de mi puerta
hueca
tan opaca se balancea
como pendientes ensortijados de un ángel
al son
melódico
del aleteo de sus alas
te alejas desnutrida de calma
en densa lluvia penetrante
en rastro de huellas
que no secan
Y te siento que duermes en mis guijarros helados
Cojámonos de la mano como dos espíritus misteriosos. Sonarán
en el crujir de su contacto flojas muecas de psicodelia. Aquellos días, los que
nunca existieron, se escucharán cercanos, asomándose a través de los párpados de
la invisible existencia. En su forma fantasmal surgirán desde un abismo, vestidos
en ocre Otoño, cincelados en la rugosidad de sus hojas marchitas que ya
vivieron, extenuados y escondidos entre pisadas que dibujaban en círculos al
mismo miedo.
Sabría decirte, mirándote a tus ojos encendidos, lo que el
miedo allí escondía: el sentido ignoto del fin. La existencia extinguida sin
remisión. Y sin regreso.
Cerremos juntos los ojos. Apaguemos la misteriosa luz que se
derrama en el despistado y lánguido horizonte. Haremos nuestro el universo que
esconde los indescriptibles sueños, tapados por eternas ruinas bajo el manto
del gracioso Edén.
Y navegando entre la ausencia de cualquier atisbo de luz, flotando
en la inmensidad de la materia oscura, seremos conscientes de aquellos días, los
que no existieron, envueltos en el murmullo de un oleaje de palabras, en un
reino de metáforas blancas, libres de la monotonía y del escozor del paso del
tiempo.
Toda esa inmensidad cabría en la memoria de un insecto.
El cielo se encuentra aturdido,
allí, donde las rosas florecen de noche
Espacio invisible que entristece a
la mariposa de alas negras.
Todos morimos en su lluvia macabra de oscuridad.
Ella es milagro, dibujada sobre acuarela, divisa mi muerte en el teatro de la desdicha.
Avista el bálsamo alejándose misterioso en busca de la inmensa caja vacía.
Si las sombras perpetúan sombra, yo soy su reflejo, soy ella. El beso fantasma
El tiempo me echó sus cartas en mi invisible torpeza. Una leyenda en
blanco
Voz que se escucha solo cuando muero.
¿Qué llevo tras de mí? ¿Qué arrastro en mis pensamientos envejecidos en hielo?
Palabras envueltas en sus negras gotas de lluvia
Revoltosa, la pequeña Alicia toca
los acordes de mi sangre distorsionada
Ella me ama, entre las turbulencias
de su corazón
Me exuda en sus deseos
con su vaporoso cristal anodino.
Y yo lucho por encubrirla de la muerte
Con el rapto de la mirada en sus ojos
Hoy es un día atronador, lo vivo entre la angustia y la felicidad . El día más bestia. Un día como hoy, si, hace 50 años, el hombre dejó de ser oscuro con un solo paso. Y surgió una luz abrumadora entre unos labios perfectos "es un pequeño paso para el hombre; un gran salto para la humanidad". Así describió el astronauta, el elegido, Neil Armstrong, la ruptura de las cadenas que anclaban al hombre a un único destino.
"Y de todas aquellas vidas que
tuve elegí la que me permitió besarte estando en ella. Pisando la más blanca de
las lunas blancas. Permaneciendo aquel beso en todos los recuerdos de todas mis vidas...."
Mi recuerdo a la fecha más atronadora desde que el hombre es hombre. Para ello he elegido una de las 10 canciones más importantes y desgarradoras del Rock. De la música.
Es mi Fantasía Lunar
don dumas
A Neil Armstrong, Edwin
"Buzz" Aldrin y Michael Collins
Noche cálida de verano. Es la noche del 13 julio de 2019. Nuestro siglo XXI ya calentó motores. Aún tiene que correr mucho para estar a la altura del siglo XX. Siglo de la conquista de nuestra Luna. La hemos acariciado con nuestros cortos dedos. Nuestro verbo ya no está solo. Camina junto al polvo de estrellas.
Miro el reloj. Mi ansiedad aumenta por ver nuevamente a The Cure. Tengo ganas de escuchar algo más que música. Quiero volar y transportarme a los mundos escuetos de los hombres elegidos.
Madrid disfruta de una verdadera noche de verano para dar cobijo al talento. Los pájaros negros duermen acariciando las puntas de las ramas. No hay luna llena, tan solo esplendor.
Estoy frente al televisor. Veo salir al grupo apremiado por sus sombras. Asoman al escenario que proyecta la oscuridad escondida en miles de años. Se acercan a sus instrumentos como si fueran a pilotar el Apolo XI. Seguros ante miles de ojos. Cada mirada es un eclipse en el tiempo.
Desde el primer acorde de la primera canción con Playsong iba a ver como las cinco torres acabarían cayendo una tras otra. Mis ojos perdían la tensión que tenían desde el inicio. Miraba con fuerza para entender porque no encontraba el sonido que necesitaba escuchar. La sangre que sacia al vampiro. Muy pronto mi decepción tenía explicación: no encontraba los dedos ensortijados de Pearl Thompson. Sus dedos llenos de magia que crean y rellenan el sonido de guitarra hasta hacerlo pleno. Su sonido lo escuchas sabiendo que Thompson lo rescata del más allá para mostrarnos la elegancia de otras vidas. Eso es seguro. Pero él no era uno de los invitados al concierto de la cima.
En su lugar, Reeves Gabrels permanecía impertérrito asiendo la guitarra como un mecánico coge la llave inglesa, asumiendo su papel de burócrata del sonido. Si, cumplía su papel, pero no me transmitía la sonoridad embrujada de Thompson. Lo echaba de menos. Las canciones no sonaban con el espíritu con el que fueron creadas. Vacías de alma. La voz de Robert Smith sonaba a esperpentos por momentos. Se imitaba a si mismo. El bajo electrónico de Simon Gallup orbitaba sin parar entre la contundencia y el caos. Su sonido iba y venía como mi propia crispación. Sonaba a hueco. Sonaba a desesperación mezclado con el fino viento nocturno.
Solo me dejaba llevar por el ritmo cuadriculado y feroz de Jason Cooper. El bebía de la savia pretérita de la oscuridad. Competía por arañar la preponderancia que tenían los sonidos de teclado. Si, el talento de Robert Smith había dejado marchar a los fantasmales sonidos de guitarra. Los castillos no imponen tanto si no los rodea la bruma. El sonido del órgano poco fantasmal levitaba entre los cabellos lacios de Roger O'Donell. Escuchaba sus acordes saliendo de su teclado como quien se mira en un espejo, creyendo que es el más interesante. Su melena era acariciada por el frenesí y la brisa de la noche madrileña, poco más. Pero los aplausos, después de cada canción, eran meros sellos en una carta. Apenas importaban, casi molestaban.
Después de dos horas de concierto, continuaba despierto esperando la canción que me derrotara, aquella que justificara toda la inspiración que he sentido con The Cure. Me fui, deserte hasta mi cama buscando refugio, sin haber reconocido los acordes de Desintegration, Fascination Street, y tantas otras. Sonaron tan irreconocibles, tan lejos de mis fantasmas....
El día anterior si que disfruté en el mismo lugar con The Smashing Pumpkins. Mi colega Billy nunca me decepciona. El es poesía siempre. Vuelo en sus ojos de aeroplano
La medusa de los espíritus I La mascara de las muñecas II El báculo oscuro III oscuridad IV
La medusa de los espíritus I
Me habla el árbol, despertándome entre la hojarasca del
hundido refugio. Fundido bajo los reciclados rayos del sol herido. Absorbidos,
los problemas blancos resucitan entre neblinas cantarinas. Una canción tras
otra. Incólumes. Palabras que brotan de envenenadas manos haciendo del veneno escudos entre sus
nudos. Se adivina una reunión de espíritus, todos niños malheridos.
Arrecia y brota de sus carnes desgajadas y rotas el dulce olor a vino.
Oscuro como la maravilla. De tupidas alas de golondrina. Sirenas aladas
del Océano. Rezan las semillas a las endiabladas perlas, crecidas bajo el
solitario río de arena. Las túnicas se tejen con su sangre, con bordados de
juegos, y semen del vampiro ciego. Así aman las estrellas de la oscuridad,
arrastrando las lagunas de recuerdos secos, desde un universo al otro más
descarnado. El rostro inexistente dejó de ser amado.
Los espíritus esperan, recostados en su roca infinita, dejar
de ser sueño, explorar la danza del gallo, picoteando las sensaciones del
absurdo Mayo. El bendito señuelo se pierde en el misterio cuando la puerta se
cierra. Ellos lloran lágrimas de cera.
Ecos de Murmullo. El suelo se abre en cascadas de sed de
miel.
Llega el silencio. Se escucha el vacío en la noche. Arden
sus ramas envolviendo el amanecer con montañas de ceniza. El reino de
anchas costillas que atemoriza.
Las cándidas notas musicales se transforman en sogas, como antenas de grillo. Esparto marchito viajando entre raíles de furia. Flores de huesos de luna esculpen la rabia con su forma. Arañan el movimiento hasta diluirse entre cubas de uvas. Su piel blanca y bella les habla de sus secretos. Enamoradas del frío mármol. Eterno. De velas que lo iluminan. Adoran su magnetismo, dibujando todas las direcciones. Anunciando todas las profecías hasta el final de los fatídicos días. Acuarelas en blanco y negro henchidas de islas de perfumes. Exceso de cunas donde crecen las medusas.
la máscara de las muñecas II
El sonido de la mariposa. Se escucha libando las notas del cielo que desparraman su música. Sus
alas crecen y se expanden cruzando la muralla. Un verbo de oro las susurra.
Miradlas en la lejanía intocable. Mutando. Escuchad sus gemidos en el recto
alba. El sonido de la escarcha. No hay recuerdos escritos, difuminados en el esquelético cuerpo de las
muñecas. Desfiguradas y escondidas entre mascaras.
El sonido transformado en ruido nos aparta de ellas hacia la
locura tridimensional. Solo son ecos en la caverna abandonada. Atrapados. En
míseros círculos. Las manos cercando el cerebro. Sus huellas rozando una mente
azul. Llega el miedo escondido en el vértigo. Atrapado entre los ojos de todas
las muñecas. Barco que zarpa sobre un mar sin olas. Cargando la apatía en sus
hombros. Arden en el crematorio todos sus pasajeros en tristes cenizas de
oscuro olvido. En tristes sombras. Su pecado ya no es celestial. Expulsado
hasta la captura de la inmensa jaula. Esclavos sin saber andar con sus pies de
clavos. Hacen extraño su paseo, arrastrándose sobre el polvo de la media luna.
Creyendo ser un hechizo. Y sólo hay aire difuminado…
El báculo oscuro III
No respira. Hay un cuerpo que no respira. En el soslayo del
mediodía. Sus acantilados ofrecen a los rostros su guerra. Sajan las venas que
riegan la tierra. La bruja tira las cartas sobre su pecho. Nos ofrece la suerte
del demonio. Nadie desea mirarse en este espejo estrecho. Entre armas que
callan ciudades y peste que se bebe como un alma agreste.
No respira. Su cuerpo no respira. Respiraba un aire oscuro. Cavaba
su tumba en los secos labios del destino, con la sed de la bella ignorancia. Era
un cadáver viejo, encajonado entre madera enferma. Arrostrado en sus cuatro
paredes. Las agujas del reloj, atosigadas, suspiran por señalarle el invisible prado,
difuminado con su largo socorro. Alargando su corta mano a Jesús. En plena
destrucción, en el pensamiento de su noche de más noches, chapoteando sobre
sangre ciega, siervos incoloros. Encerrado en el miedo. Apenas una microscópica
luz asoma en el perdido horizonte.
Oscuridad IV
Las ondas arracimadas envejecen invisibles contigo. Es tu
pálpito.
Un esqueleto sin mirada que arde. Donde en él se pierden. En
un macabro juego de ilusiones.
Su niebla irradia el destello que no deja ver, oculta entre la
vereda ciega.
Abrazada a un pergamino reza a su belleza. Un mundo enterrado en la oscura destreza ¿Escuchas?
El agua de la esperanza riega con sus gotas de seda la
tierra de las alabanzas.
Ánimas danzarinas en el salvaje vergel rastreando el temblor
de tus pasos, en el tempo caótico, dirigiéndose hasta el sendero de la muerte.
Infinita. Y fría. Mutilados tus ojos de la brisa. Sobre la mancha blanca en la
que eres esclavo. Sin pecho cubriendo tus indefensos pulmones.
Un mundo de vergeles se asomaba todas las mañanas ante mis
ojos. La noche de sus dos lunas se había evaporado. Las brumas salpicaban con
su frescor el paisaje acomodado que todo lo envuelve. Me deshago de mi pereza.
Estiro todo mi cuerpo al nuevo día. Tenso mis neuronas. Me levanto para verte.
Hoy espero una de las tres tormentas que anualmente cubren casi
en su totalidad mi exuberante planeta Heson. La veo acercarse. Majestuosa,
esplendorosa. Abrumando el cielo con todos sus grises. Llenando con su acaparadora
oscuridad el cuadro del nuevo día.
El sofocante calor irá disminuyendo hasta erizarme la piel
con escalofríos. Ya noto su frescor asomando en mi piel. Refrescándome la
mirada en mis ojos. Pero arde mi ansiedad por disfrutar del fruto más salvaje
que dará la esperada tormenta. Es el reino de todas las flores, de todos los
vergeles, bajo su lluvia verde ¡La esperada lluvia verde!
Quiero permanecer debajo de ella cuando su implosión cubra
con sus charcos todo mi paisaje. Mimetizarme con sus esmeraldas gotas hasta su
adiós. Luego nos acompañará el viento, secando con su aire el barniz más
imperioso e impoluto derramado en todas las briznas posibles, cubriendo con su
vida todas las plantas.
Las nubes se preñaban de la sustancia milagrosa a través de su proyección con rayos láser. Apuntaban a su panza con certeras puntas supurando siempre con su
luz. Acuñando con esperanza las volátiles nubes. Su vapor se deshacía en
milagro. En esperanza. Y a la vegetación la transformaba, con su deseado baño, en ignifuga. Imperecedera
y perpetua. Aquella sustancia química hizo de nuestro planeta su salvación. Y la nuestra.
Hacía lustros, yo ya no recordaba, que no ardía un árbol, ni
un bosque, ninguna planta perecía en un infierno de llamas en el planeta. Los
incendios habían sido exterminados de la misma manera que ellos habían intentado
arrasar nuestra vida. La lluvia verde ahora regaba con su color y su frescura
la tierra más hermosa. Era como una novia esperando a su amado príncipe. Era
una flor esperando a otra flor. Su protección. Su protector.
Ya escucho sucumbir a la lluvia, sus gotas se descubren con
el mismo amanecer, se esparcen sobre el horizonte mientras escucho de fondo cantar
a mi madre. La escucho rebosante de alegría. Ella sabe. Ha salido al jardín con
sus trémulos brazos extendidos en cruz. Abrazando a la naturaleza. Solo la
escucho cantar en los días de tormenta. Su voz es un rayo iluminando mis
sentidos. Tal vez, a toda mi memoria.
El desierto se inflama en bosques y el verde nos vuelve a regalar un día que se incrusta casi en nuestra
hermosa eternidad. Ya veo diluirte, tus rayos se esfuman con fogonazos de
jolgorio y alegría. Me dejas de nuevo pisar descalzo las encharcadas calles
rodeado del aroma de tu lluvia. Debo ponerme mis zapatos y regresar al trabajo.
Los rayos de los soles que vuelven a asomar y el murmullo callejero de la gente
me anuncian que el día solo acaba de empezar…Atrás quedó la tormenta y sus
gotas de Dios.
Poesía ¡poesía! ¿Dónde estás cuando respiro el hollín que a la vida le sobra? ¿Entre sus exabruptos?
¿Acaso la noche duerme entre las rocas que ella misma erosiona?
Eres pusilánime y la misma belleza te odia. Etérea en tus versos ¿Por qué subsisto aun en tu Universo? Quizás sea la misericordia que desdibuja mis sienes.
Bostezo, cándido y temeroso, entre tus aletas. Clavas tus colmillos en la
esponja débil de mi destino. Anda, suéltame sobre la luz del infierno.
Te he perdido y ¡he perdido! Desde ese momento en el que algo me toca. Malditos
dedos de Dios.
Tú me llamaste para escupir sobre mis anhelos. Y entre ellos ahora muero.
La realidad me muerde entre la aislada oscuridad ¡Que me diluyo entre sus
notas! Mis campos de Marte.
Eres la niebla que me habló entre fantasmas. Mi niebla…
Se ver en mis días de averno lo que en mí escondo. Viento que en mi único tiempo
vuela. Hijo de mi eterno aire soy y mis dedos, mis alas...
Existe una vida en cada una de mis frases. Un Universo
seco. La idea que se vierte en tinta melliza tiene huesos y duerme en la noche.
Tú puedes ver su mundo en mi espalda y en mi pecho. Insuflando de fiebre mis
pulmones. Cánula ardiente de mis visiones.
Tengo hambre por cogerte la mano y enseñarte el paraíso.
Es el momento de transformarme en humano. Cercano. Mudo mis escamas en invisible
piel. Me convierto en tu sombra y en tu destino. Un lienzo en tu mente.
Prolongo nuestro beso en el baile púrpura, despojándome
de mi ropa de lana.
Los días de primavera matan las mentiras del demencial
Febrero. Y ahora, desnudo, paseo en sus jocosos prados. En tu mano se derrite su
hielo para hacerse espejo
Los abismos...me hunden en su tierra de escombros. No
camines de noche en sus helados pensamientos. La sorpresa hierve en cada uno de
sus rincones.
Con los ojos cerrados, sin ver ese cielo de pupilas oscuras brillando, lo
transito.
La doble herida me sangra. Áspero su hierro fundiéndose con mis pasos. Siento
el óxido que ya no es costra ajena. Es mi tatuaje. Una salvajada que nos
elige como sus delicados temblores. Y marca toda mi ruta en la insondable
gruta.
¿Quién sabría encontrar su salida sin dañarse?
En mi plena serenidad.
Busco la frase que me amó.
El momento terso de la oscuridad ya se diluye.
Abrí los ojos nuevamente………para ver reinos; veo reinos en
la habitación oscura.
El ángel ha sellado sus alas. Permanece inmóvil. Pero
inquieto. En el cementerio las columnas y las cruces impiden su vuelo. Las
columnas braman en su cara. Las cruces le abandonaron en su esquilmado reino.
Soy yo, abrumado y descalzo, rodeado de un ejército de
peces. Y una palabra resurge en un
sonido tríptico que estremece. Ese ruido lo reconozco. Fino, estridente, de
filo de navaja. Surgió de la profundidad de la gestación. En la noche de las
noches. Es el encumbrado grano de mi montaña. Arropado de esperpento: la
muerte, la nada y el vacío. Mis tres grandes temores.
Ahora soy el único hombre que llora ¿Este es mi reino? Expuesto
en un círculo de ojos. El nacimiento. Son días acompasados por pasos pegajosos.
Atravieso sin alas los abismos. Los desmerezco………….
El fuego entre tus dedos hizo amanecer la ciudad con el
calor de las propias flores
Y yo ya no duermo. Soy incandescente. Mis ojos son sangre
ardiendo en otro mundo. Me escondo tras ellos, en su turbia madeja, serpenteado en el subsuelo, acariciando
rabos de rata. Largos y etéreos como su veneno……
Los sueños se escurren impalpables, ariscos, por la
piel terrenal del futuro hombre muerto. Agachado, de pie, tumbado, pero
siempre en el exilio. Buscando incansable la realidad con manos de plata.
No duermo, no duermo, la esquizofrenia es rugosa. Sus
andares traviesos punzan el territorio de nuestros juegos. Y los míos son secretos, escogidos tras el
largo despertar. Entre profecías y tormentas, rodeado de canciones en la
oscuridad.
Dos flores perennes me buscaron un cielo. Yo elegí todas
mis muertes. Una tras otra; oscuras, serenas, solitarias, monótonas. Nunca
eternas. Hechas mis estúpidas historias. Abrí los ojos nuevamente………