sábado, 27 de julio de 2019

UN RELAMPAGO EN LA NOCHE

28 julio 2019


El cielo se encuentra aturdido, allí, donde las rosas florecen de noche
Espacio invisible que entristece a la mariposa de alas negras.
Todos morimos en su  lluvia macabra de oscuridad.
Ella es milagro, dibujada sobre acuarela, divisa mi muerte en el teatro de la desdicha.
Avista el bálsamo alejándose misterioso en busca de la inmensa caja vacía.
Si las sombras perpetúan sombra, yo soy su reflejo, soy ella. El beso fantasma
El tiempo me echó sus cartas en mi invisible torpeza. Una leyenda en blanco
Voz que se escucha solo cuando muero.
¿Qué llevo tras de mí? ¿Qué arrastro en mis pensamientos envejecidos en hielo?
Palabras envueltas en sus negras gotas de lluvia
Revoltosa, la pequeña Alicia toca los acordes de mi sangre distorsionada
Ella me ama, entre las turbulencias de su corazón
Me exuda en sus deseos
con su vaporoso cristal anodino.
Y yo lucho por encubrirla de la muerte
Con el rapto de la mirada en sus ojos
Tormenta en mi prolijo tormento

don dumas


sábado, 20 de julio de 2019

FANTASíA LUNAR



Hoy es un día atronador, lo vivo entre la angustia y la felicidad . El día más bestia. Un día como hoy, si, hace 50 años, el hombre dejó de ser oscuro con un solo paso. Y surgió una luz abrumadora entre unos labios perfectos "es un pequeño paso para el hombre; un gran salto para la humanidad". Así describió el astronauta, el elegido, Neil Armstrong, la ruptura de las cadenas que anclaban al hombre a un único destino. 

"Y de todas aquellas vidas que tuve elegí la que me permitió besarte estando en ella. Pisando la más blanca de las lunas blancas. Permaneciendo aquel beso en todos los recuerdos de todas mis vidas...."

Mi recuerdo a la fecha más atronadora desde que el hombre es hombre. Para ello he elegido una de las 10 canciones más importantes y desgarradoras  del Rock. De la música. 
Es mi Fantasía Lunar

don dumas  


A Neil Armstrong, Edwin "Buzz" Aldrin y Michael Collins


domingo, 14 de julio de 2019

LA CRITICA QUE NADIE CREERÁ -

Noche cálida de verano. Es la noche del 13 julio de 2019. Nuestro siglo XXI ya calentó motores. Aún tiene que correr mucho para estar a la altura del siglo XX. Siglo de la conquista de nuestra Luna. La hemos acariciado con nuestros cortos dedos. Nuestro verbo ya no está solo. Camina junto al polvo de estrellas.
Miro el reloj. Mi ansiedad aumenta por ver nuevamente a The Cure. Tengo ganas de  escuchar algo más que música. Quiero volar y transportarme a los mundos escuetos de los hombres elegidos.
Madrid disfruta de una verdadera noche de verano para dar cobijo al talento. Los pájaros negros duermen acariciando las puntas de las ramas. No hay luna llena, tan solo esplendor.
Estoy frente al televisor. Veo salir al grupo apremiado por sus sombras. Asoman al escenario que proyecta la oscuridad escondida en miles de años.  Se acercan a sus instrumentos como si fueran a pilotar el Apolo XI. Seguros ante miles de ojos. Cada mirada es un eclipse en el tiempo.
Desde el primer acorde de la primera canción con Playsong iba a ver  como las cinco torres acabarían cayendo una tras otra. Mis ojos perdían la tensión que tenían desde el inicio. Miraba con fuerza para entender porque no encontraba el sonido que necesitaba escuchar. La sangre que sacia al vampiro. Muy pronto mi decepción tenía explicación: no encontraba los dedos ensortijados de Pearl Thompson. Sus dedos llenos de magia que crean y rellenan el sonido de guitarra hasta hacerlo pleno. Su sonido lo escuchas sabiendo que Thompson lo rescata del más allá para mostrarnos la elegancia de otras vidas. Eso es seguro. Pero él no era uno de los invitados al concierto de la cima.
En su lugar, Reeves Gabrels permanecía impertérrito asiendo la guitarra como un mecánico coge la llave inglesa, asumiendo su papel de burócrata del sonido. Si, cumplía su papel, pero no me transmitía la sonoridad embrujada de Thompson. Lo echaba de menos. Las canciones no sonaban con el espíritu con el que fueron creadas. Vacías de alma. La voz de Robert Smith sonaba a esperpentos por momentos. Se imitaba a si mismo. El bajo electrónico de Simon Gallup orbitaba sin parar entre la contundencia y el caos. Su sonido iba y venía como mi propia crispación. Sonaba a hueco. Sonaba a desesperación mezclado con el fino viento nocturno.
Solo me dejaba llevar por el ritmo cuadriculado y feroz de Jason Cooper. El bebía de la savia pretérita de la oscuridad. Competía por arañar la preponderancia que tenían los sonidos de teclado. Si, el talento de Robert Smith había dejado marchar a los fantasmales sonidos de guitarra. Los castillos no imponen tanto si no los rodea la bruma. El sonido del órgano poco fantasmal levitaba entre los cabellos lacios de Roger O'Donell. Escuchaba sus acordes saliendo  de su teclado como quien se mira en un espejo, creyendo que es el más interesante. Su melena era acariciada por el frenesí y la brisa de la noche madrileña, poco más. Pero los aplausos, después de cada canción,  eran meros sellos en una carta. Apenas importaban, casi molestaban.
Después de dos horas de concierto, continuaba despierto esperando la canción que me derrotara, aquella que justificara toda la inspiración que he sentido con The Cure. Me fui, deserte hasta mi  cama buscando refugio, sin haber reconocido los acordes de Desintegration, Fascination Street, y tantas otras. Sonaron tan irreconocibles, tan lejos de mis fantasmas....
El día anterior si que disfruté en el mismo lugar con The Smashing Pumpkins. Mi colega Billy nunca me decepciona. El es poesía siempre. Vuelo en sus ojos de aeroplano