Un mundo de vergeles se asomaba todas las mañanas ante mis
ojos. La noche de sus dos lunas se había evaporado. Las brumas salpicaban con
su frescor el paisaje acomodado que todo lo envuelve. Me deshago de mi pereza.
Estiro todo mi cuerpo al nuevo día. Tenso mis neuronas. Me levanto para verte.
Hoy espero una de las tres tormentas que anualmente cubren casi
en su totalidad mi exuberante planeta Heson. La veo acercarse. Majestuosa,
esplendorosa. Abrumando el cielo con todos sus grises. Llenando con su acaparadora
oscuridad el cuadro del nuevo día.
El sofocante calor irá disminuyendo hasta erizarme la piel con escalofríos. Ya noto su frescor asomando en mi piel. Refrescándome la mirada en mis ojos. Pero arde mi ansiedad por disfrutar del fruto más salvaje que dará la esperada tormenta. Es el reino de todas las flores, de todos los vergeles, bajo su lluvia verde ¡La esperada lluvia verde!
Quiero permanecer debajo de ella cuando su implosión cubra con sus charcos todo mi paisaje. Mimetizarme con sus esmeraldas gotas hasta su adiós. Luego nos acompañará el viento, secando con su aire el barniz más imperioso e impoluto derramado en todas las briznas posibles, cubriendo con su vida todas las plantas.
Las nubes se preñaban de la sustancia milagrosa a través de su proyección con rayos láser. Apuntaban a su panza con certeras puntas supurando siempre con su
luz. Acuñando con esperanza las volátiles nubes. Su vapor se deshacía en
milagro. En esperanza. Y a la vegetación la transformaba, con su deseado baño, en ignifuga. Imperecedera
y perpetua. Aquella sustancia química hizo de nuestro planeta su salvación. Y la nuestra.
Hacía lustros, yo ya no recordaba, que no ardía un árbol, ni un bosque, ninguna planta perecía en un infierno de llamas en el planeta. Los incendios habían sido exterminados de la misma manera que ellos habían intentado arrasar nuestra vida. La lluvia verde ahora regaba con su color y su frescura la tierra más hermosa. Era como una novia esperando a su amado príncipe. Era una flor esperando a otra flor. Su protección. Su protector.
Ya escucho sucumbir a la lluvia, sus gotas se descubren con
el mismo amanecer, se esparcen sobre el horizonte mientras escucho de fondo cantar
a mi madre. La escucho rebosante de alegría. Ella sabe. Ha salido al jardín con
sus trémulos brazos extendidos en cruz. Abrazando a la naturaleza. Solo la
escucho cantar en los días de tormenta. Su voz es un rayo iluminando mis
sentidos. Tal vez, a toda mi memoria.
El desierto se inflama en bosques y el verde nos vuelve a regalar un día que se incrusta casi en nuestra
hermosa eternidad. Ya veo diluirte, tus rayos se esfuman con fogonazos de
jolgorio y alegría. Me dejas de nuevo pisar descalzo las encharcadas calles
rodeado del aroma de tu lluvia. Debo ponerme mis zapatos y regresar al trabajo.
Los rayos de los soles que vuelven a asomar y el murmullo callejero de la gente
me anuncian que el día solo acaba de empezar…Atrás quedó la tormenta y sus
gotas de Dios.
don dumas
ohhhh Las gotas de Dios bendicen tu texto, fragante, tremendo, un alarido...una luz.
ResponderEliminarbeso grande!