La medusa de los espíritus I La mascara de las muñecas II El báculo oscuro III oscuridad IV
La medusa de los espíritus I
Me habla el árbol, despertándome entre la hojarasca del
hundido refugio. Fundido bajo los reciclados rayos del sol herido. Absorbidos,
los problemas blancos resucitan entre neblinas cantarinas. Una canción tras
otra. Incólumes. Palabras que brotan de envenenadas manos haciendo del veneno escudos entre sus
nudos. Se adivina una reunión de espíritus, todos niños malheridos.
Arrecia y brota de sus carnes desgajadas y rotas el dulce olor a vino.
Oscuro como la maravilla. De tupidas alas de golondrina. Sirenas aladas
del Océano. Rezan las semillas a las endiabladas perlas, crecidas bajo el
solitario río de arena. Las túnicas se tejen con su sangre, con bordados de
juegos, y semen del vampiro ciego. Así aman las estrellas de la oscuridad,
arrastrando las lagunas de recuerdos secos, desde un universo al otro más
descarnado. El rostro inexistente dejó de ser amado.
Los espíritus esperan, recostados en su roca infinita, dejar
de ser sueño, explorar la danza del gallo, picoteando las sensaciones del
absurdo Mayo. El bendito señuelo se pierde en el misterio cuando la puerta se
cierra. Ellos lloran lágrimas de cera.
Ecos de Murmullo. El suelo se abre en cascadas de sed de
miel.
Llega el silencio. Se escucha el vacío en la noche. Arden
sus ramas envolviendo el amanecer con montañas de ceniza. El reino de
anchas costillas que atemoriza.
la máscara de las muñecas II
El sonido de la mariposa. Se escucha libando las notas del cielo que desparraman su música. Sus
alas crecen y se expanden cruzando la muralla. Un verbo de oro las susurra.
Miradlas en la lejanía intocable. Mutando. Escuchad sus gemidos en el recto
alba. El sonido de la escarcha. No hay recuerdos escritos, difuminados en el esquelético cuerpo de las
muñecas. Desfiguradas y escondidas entre mascaras.
El sonido transformado en ruido nos aparta de ellas hacia la
locura tridimensional. Solo son ecos en la caverna abandonada. Atrapados. En
míseros círculos. Las manos cercando el cerebro. Sus huellas rozando una mente
azul. Llega el miedo escondido en el vértigo. Atrapado entre los ojos de todas
las muñecas. Barco que zarpa sobre un mar sin olas. Cargando la apatía en sus
hombros. Arden en el crematorio todos sus pasajeros en tristes cenizas de
oscuro olvido. En tristes sombras. Su pecado ya no es celestial. Expulsado
hasta la captura de la inmensa jaula. Esclavos sin saber andar con sus pies de
clavos. Hacen extraño su paseo, arrastrándose sobre el polvo de la media luna.
Creyendo ser un hechizo. Y sólo hay aire difuminado…
El báculo oscuro III
No respira. Hay un cuerpo que no respira. En el soslayo del
mediodía. Sus acantilados ofrecen a los rostros su guerra. Sajan las venas que
riegan la tierra. La bruja tira las cartas sobre su pecho. Nos ofrece la suerte
del demonio. Nadie desea mirarse en este espejo estrecho. Entre armas que
callan ciudades y peste que se bebe como un alma agreste.
No respira. Su cuerpo no respira. Respiraba un aire oscuro. Cavaba
su tumba en los secos labios del destino, con la sed de la bella ignorancia. Era
un cadáver viejo, encajonado entre madera enferma. Arrostrado en sus cuatro
paredes. Las agujas del reloj, atosigadas, suspiran por señalarle el invisible prado,
difuminado con su largo socorro. Alargando su corta mano a Jesús. En plena
destrucción, en el pensamiento de su noche de más noches, chapoteando sobre
sangre ciega, siervos incoloros. Encerrado en el miedo. Apenas una microscópica
luz asoma en el perdido horizonte.
Oscuridad IV
Las ondas arracimadas envejecen invisibles contigo. Es tu
pálpito.
Un esqueleto sin mirada que arde. Donde en él se pierden. En
un macabro juego de ilusiones.
Su niebla irradia el destello que no deja ver, oculta entre la
vereda ciega.
Abrazada a un pergamino reza a su belleza. Un mundo enterrado en la oscura destreza ¿Escuchas?
El agua de la esperanza riega con sus gotas de seda la
tierra de las alabanzas.
Ánimas danzarinas en el salvaje vergel rastreando el temblor
de tus pasos, en el tempo caótico, dirigiéndose hasta el sendero de la muerte.
Infinita. Y fría. Mutilados tus ojos de la brisa. Sobre la mancha blanca en la
que eres esclavo. Sin pecho cubriendo tus indefensos pulmones.
don dumas