En la casa encantada, la errante ánima, de tristeza azul, transitaba desde el jardín, con sus árboles desnudos, hasta una oscuridad acostumbrada
Entre ramas despiertas y radios encendidas despuntaban aspavientos del miedo...
En la anónima hora de los muertos, del hedor y su oscuridad, fingen huecos lamentos en la efímera habitación, de bailes fantasmales, de fieros movimientos, cuerpos a la deriva
Vienes desde el paraiso de los ocasos, con la rebelión de un río sin sangre, entre sombras de pétalos invisibles
El silencio de un fantasma es una brumosa canción
Nada importa en esta hora calcinada, en esta vida infernal sin un grito de auxilio